Hubo un tiempo, perdido hoy en la memoria de la Humanidad, que existieron unos espacios sagrados llamados los Templos del Amor. Esos espacios eran cuidados y atendidos por las Sacerdotisa de la Diosa, las Nagas, también conocidas como las Dakinis. 

A estos Templos del Amor acudían los hombres después de una guerra o una cacería sangrienta para dejar atrás la violencia y volver a entrar en la frecuencia del amor. Este acto era muy importante para las sociedades ancestrales porque era el modo de mantener el equilibrio y la armonía en la comunidad. 

Las sacerdotisas, a través de prácticas especiales de alquimia y magia sexual, conseguían purificar estas energías de baja vibración para que los guerreros pudieran descargar adrenalina, dejar atrás la ira y la violencia, y volver de nuevo a habitar sus corazones, para permanecer en la frecuencia del amor. 

Sin embargo, con la llegada del patriarcado, estos templos se clausuraron y estas prácticas se perdieron en el olvido, salvo para algunos iniciados. Los hombres, que no encontraban estos espacios de sanación y nutrición, comenzaron a entender el cuerpo de las mujeres como territorios de conquista y un espacio donde poder descargar su ira y su frustración. 

Las mujeres, para protegerse, cerraron su corazón. Entonces se produjo un desequilibrio y una separación entre los principios femenino y masculinos que hacen posible la creación. Mujeres y hombres comenzamos a relacionarnos desde un corazón herido y olvidamos cómo mover el flujo de nuestra energía sexual para vibrar en la frecuencia del amor. 

Desde entonces, la energía sexual anhela volver a ocupar su lugar y la frecuencia del amor volver a latir en los corazones de mujeres y hombres para hacerles recordad que es través de la alquimia que se produce entre el sexo y el amor que alcanzamos el goce más exquisito y la unión con lo divino.