Las mujeres de las sociedades ancestrales estaban instintivamente vinculadas a este ciclar porque vivían en profunda conexión con la naturaleza, y se reconocían habitando un cuerpo cíclico que se manifestaba a través de su ciclo menstrual.

Estas abuelas y madres enseñaban a sus hijas a habitar y escuchar sus propios cuerpos, a conocer los cambios que se iban a producir en ellos, y a festejar mediante ritos de paso los momentos más importantes de sus ciclos vitales.

Para desarrollar todas estas enseñanzas las mujeres de las comunidades ancestrales crearon la Rueda de Gaia. En esta rueda se unían el ciclo solar, el ciclo lunar, el ciclo vital y el ciclo menstrual, y se desarrollaba a través de toda una serie de cuentos, mitos y arquetipos asociados a ellos, en el que la relación entre las diferentes manifestaciones de la diosa (como principio femenino) y el dios (como principio masculino) servía de hilo conductor.

La Rueda de Gaia se presentaba como un viaje de iniciación para todas las mujeres; un viaje hacia el interior de su esencia femenina; un viaje a través del que llegaban a un profundo conocimiento de ellas mismas y de sus cuerpos, estableciendo con ellos un diálogo interno que les permitiera conocer en todo momento cuáles eran sus necesidades, anhelos y deseos más profundos.

Habitar nuestros cuerpos y respetar su ciclar, sus tiempos, sus llantos y sus festejos nos lleva a conectar con la sabiduría innata que reside en ellos y nos lleva a ser mujeres soberanas, completas en nosotras mismas… llenas de vida.