La herida sabia.
¿Cuándo una maldición deja de ser una maldición? Cuando esa maldición es una bendición disfrazada.
¿Por qué muchas mujeres consideramos nuestra menstruación como una enfermedad o un fastidio que llega como un reloj todos los meses? ¿Por qué no hablamos de ella y la escondemos? ¿Por qué aceptamos imágenes de violencia en el cine o en la televisión pero tratamos como un tabú la sangre que sale de nosotras? Éstas y otras preguntas se plantean en el libro The Wise Wound: menstruation and every woman, de Penelope Shuttle y Peter Redgrove, publicado en 1978. Un libro que originó un auténtico revuelo en aquella época ya que, hasta entonces, no existía ningún libro serio que hablase de la menstruación, ni de la enorme importancia que la misma tiene sobre el plano emocional y psicológico de la mujer. La menstruación había sido la maldición de la mujer durante siglos y una especie de error degradante de la naturaleza femenina. Gracias a este libro se consiguió romper con este tipo de prejuicios y fue escrito en una forma poética, donde la psicología y la antropología se dan la mano.
The Wise Wound es la obra pionera que desveló los secretos del inconsciente femenino, su creatividad y su enorme intuición, que nacen de su experiencia biológica durante el Ciclo de la Vida: su menstruación. A partir de este libro aparecieron diversos autores que han seguido escribiendo acerca de este asunto, como Miranda Grey con su Luna Roja, o la doctora Christiane Northrup, de la que hablamos en el post anterior. Estos tres libros y otros más nos guía por el sendero del autoconocimiento para conocer cómo es nuestro ciclo y conectar con nuestra esencia femenina durante el mismo, para convertir nuestra menstruación en una experiencia de vida gratificante.
Pero, ¿de dónde viene esta idea tan negativa sobre nuestra menstruación? Varios historiadores y antropólogos están de acuerdo en afirmar que durante el Paleolítico existió una sociedad de tipo matrilineal en la que la mujer ostentaba un papel activo dentro del clan, gozaba de libertad sexual y no existía la monogamia. Quizá esté siendo un poco marxista pero, cuando estas sociedades se hicieron más complejas y surgió el concepto de propiedad privada, se hizo necesario saber de quiénes eran los hijos para salvaguardar el patrimonio, que ahora dejaba de ser del clan para pasar a ser de una familia. Fue entonces cuando se empieza a controlar la capacidad reproductora de la mujer, se prohíbe su libertad sexual y se controla su cuerpo, pasando ahora a un sistema patriarcal en el que la mujer se convierte en objeto de un contrato matrimonial entre padre y marido. Esto –que es un proceso mucho más complejo y con muchos más factores a tener en cuenta– nos ha hecho consciente e inconscientemente alejarnos de una de nuestras principales fuentes de poder femenino y vivenciarlo como algo impuro y amenazante (así se nos hizo ver generación tras generación). Al distanciar a la mujer de su cuerpo y de sus ciclos se la está apartando de su esencia y de la sabiduría inherente a los ciclos universales, perdiendo con ello la conexión y respeto no sólo con el propio cuerpo, sino con toda la naturaleza y la comprensión de sus ciclos mayores (los ciclos de la luna, los cambios estacionales). Las mujeres hemos sido herederas de esta desconexión, ignorancia y desconocimiento sobre nuestro propio cuerpo de mujer. Durante mucho tiempo se ha estigmatizado nuestra anatomía, nuestros fluidos, nuestras emociones y se nos ha hecho avergonzarnos de una de las más concretas muestras de nuestro ser femenino: el ciclo menstrual y su sangre.
Vivimos en medio de un sistema que nos ha llevado a luchar con armas masculinas, negando con esto nuestra naturaleza e invalidando nuestros cuerpos. En el inconsciente colectivo cargamos con el tabú de la menstruación, asociándola a algo sucio y vivido como un período de enfermedad. La tendencia cultural nos invita a repudiar y hasta maldecir nuestra propia sangre y en esto negarnos como mujeres sangrantes que es parte de la naturaleza de nuestra biología, creando así una profunda cicatriz femenina arraigada en las oscuridades de nuestra psique y que se manifiesta en un sistema que no nos legitimiza como un ser válido, sano, fuerte y completo en sí mismo.
Las antiguas culturas ancestrales, herederas de aquel sistema matricial paleolítico, que aún mantenían una conexión sabia con la naturaleza y sus ciclos, veían en la mujer la representación encarnada de la Madre Tierra y, por tanto, eran respetadas en sus diversas fases, reconociendo como la máxima expresión del poder femenino a la fase de la menstruación. Antiguamente se realizaban ritos iniciáticos que marcaban con la menarquía el paso de niña a joven mujer, ritos en los que las abuelas les revelaban a las niñas los diferentes secretos de la sabiduría femenina. Así, también las mujeres honraban sus cuerpos y sus ciclos y se retiraban durante su período menstrual a las Tiendas Rojas o Casas de Luna, lugares especialmente creados para las mujeres durante su menstruación (también para el embarazo y el parto) en los cuales podían conectarse con el poder visionario y de sanación inherente a dicha fase. También era una forma de ofrendar a la Tierra su «sangre de Luna», devolviéndole la fertilidad, y como una manera de sintonizar y hermanarse con las mujeres que estuvieran en ese mismo período.
Hoy se nos hace imperante recuperar nuestra fuente de poder femenino que luna a luna, mes a mes, menstruación tras menstruación nos recuerda el poder de nuestro vientre, nuestra conexión con la vida-muerte-vida, con los ciclos de nuestra naturaleza de mujer, y de nuestra gran Madre Tierra.
¿Y cómo podemos recuperarlo? Te lo cuento en el post de la semana que viene…
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